Argumento
ARGUMENTO
Ramon
Amaya Amador nació en el municipio de Olanchito, Yoro, el 29 de abril de 1916
siendo sus padres Isabel Amaya Y Guillermo Amador. Ramon Amaya Amador, narrador
y periodista, es uno de los más prolíficos escritores del país. El 4 de abril
de 1843, a las cuatro de la tarde, fueron fusilados en la plaza pública del
municipio de Ilamatepeque o Llama, departamento de Santa Bárbara, Cipriano y
Doroteo Cano. Ambos habían sido acusados de ejercer la magia entre las gentes
del pueblo y de tratarse con el Demonio, por lo cual tenían la capacidad de
convertirse en animales para efectuar sus desafueros contra los lugareños, así
como de introducirles tortugas en el estómago a sus enemigos para matarlos.
Originó que los Cano fueran condenados a morir por el simple hecho de haber
seguido los ideales de Morazán, en el intento de transformar las instituciones
sostenidas por la aristocracia y los sectores más testarudos de la iglesia.
Desde ese momento, los entrañables hermanos Cano, fueron catalogados como
“brujos” y fueron acusados de perturbar el orden conservador, al ejercer la
magia entre el pueblo y hacer pacto con el demonio, injuriando que tenían la
capacidad de convertirse en animales para abusar de los pobladores, así como de
“introducirles” tortugas a sus enemigos para matarlos. Las acusaciones fueron
presentadas ante la augusta autoridad pueblerina, el alcalde Gervasio Lázaro,
quien, instigado por los notables de la comarca, sobre todo el señor cura, les
formuló un juicio sumarísimo y los llevó al paredón de fusilamiento. La
sentencia, desenterrada en 1901 por el escritor Tobías Rosa, incluía no sólo la
supresión de la vida de los "réprobos" y "herejes", sino
también el escarnio de sus cadáveres en las calles del villorrio. Un
ilamatepequense honesto y sensato que, bebiéndose el aire, fue hasta la
cabecera departamental para poner en conocimiento de las autoridades superiores
la ejecución de tamaño desaguisado, no pudo llegar ni volver a tiempo para
impedir el crimen. A causa de eso, y en vista de que se trataba de un crimen
colectivo, todo el pueblo devino enjuiciado como homicida. Fue hasta enero de
1847, cuando, gracias a las diligencias del representante de Santa Bárbara en
el Congreso, Saturnino Bográn, dicho expediente fue suspendido bajo la tesis de
que fueron la "ignorancia" y la "superstición" los
principales promotores del asesinato. Por supuesto, el Decreto respectivo
contiene una seria advertencia para los aldeanos: "si bien el Soberano
Cuerpo ha podido inclinar su paternal benevolencia para apartarlos del condigno
castigo a la ejecución de un hecho que la ley condena, es precisamente con la
condición de sucesiva enmienda y de la formal protesta de vivir subordinados y
sometidos a su rígida y puntual observancia". Su lectura tiene la
virtud de trasladarnos a un hecho trágico de la historia centroamericana: la
caída de la revolución morazanista y el retorno de la "reacción
inquisitorial" a nuestros países, cuyas sombras espesas aún hacen sentir
sus efectos paralizantes.
Sin embargo, el asesinato de aquellos campesinos de Llama no fue exactamente el producto de la "ignorancia" y la "superstición", como piadosamente estableció la Cámara de Diputados para decretar el indulto en favor de todo el municipio. Ignorantes y supersticiosos eran, sin duda alguna, amplios sectores de aquel pueblo, pero no puede afirmarse otro tanto del alcalde, Gervasio Lázaro; el escribano, Juan A. López; el cura y los jefes de las principales familias de la comarca. Estas personas conocían las ideas democráticas y revolucionarias de los encausados, dada la participación de los mismos en el ejército de Morazán, y, como entonces se vivía lo que Ramón Rosa llamó "el triunfo de las fuerzas inquisitoriales", aquellos hombres estaban condenados a morir para expiar el crimen de haber seguido a su jefe en el intento de transformar las caducas instituciones sostenidas por la aristocracia centroamericana y los sectores más recalcitrantes de la iglesia. La ignorancia y la superstición fueron solamente el instrumento de aquel asesinato, pero detrás de ellas estaba la acción consciente de los enemigos de la causa morazanista. Por eso, el último considerando de la brutal sentencia dice: "que, según los informes dados por los mismos Cano, han acompañado en sus correrías de Gualcho, La Trinidad, San Pedro Perulapán, Guatemala y Costa Rica al bandido de Chico Morazán, ultimado recientemente para beneficio de Centroamérica por los patriotas de Costa Rica; y que, siendo dicho Morazán enemigo de nuestro país, son también considerados como tales los que acompañaban aquel tiranuelo nefasto."
Sin embargo, el asesinato de aquellos campesinos de Llama no fue exactamente el producto de la "ignorancia" y la "superstición", como piadosamente estableció la Cámara de Diputados para decretar el indulto en favor de todo el municipio. Ignorantes y supersticiosos eran, sin duda alguna, amplios sectores de aquel pueblo, pero no puede afirmarse otro tanto del alcalde, Gervasio Lázaro; el escribano, Juan A. López; el cura y los jefes de las principales familias de la comarca. Estas personas conocían las ideas democráticas y revolucionarias de los encausados, dada la participación de los mismos en el ejército de Morazán, y, como entonces se vivía lo que Ramón Rosa llamó "el triunfo de las fuerzas inquisitoriales", aquellos hombres estaban condenados a morir para expiar el crimen de haber seguido a su jefe en el intento de transformar las caducas instituciones sostenidas por la aristocracia centroamericana y los sectores más recalcitrantes de la iglesia. La ignorancia y la superstición fueron solamente el instrumento de aquel asesinato, pero detrás de ellas estaba la acción consciente de los enemigos de la causa morazanista. Por eso, el último considerando de la brutal sentencia dice: "que, según los informes dados por los mismos Cano, han acompañado en sus correrías de Gualcho, La Trinidad, San Pedro Perulapán, Guatemala y Costa Rica al bandido de Chico Morazán, ultimado recientemente para beneficio de Centroamérica por los patriotas de Costa Rica; y que, siendo dicho Morazán enemigo de nuestro país, son también considerados como tales los que acompañaban aquel tiranuelo nefasto."
El
ambiente de este cuento es rico-pobre; Cipriano y Doroteo Cano, junto a toda la
población de Ilamatepeque representan la gente pobre, y Gervasio Lázaro,
Antonio Trochez, Juan Anteportam, y la gente que está a cargo de manejar el
pueblo, representan el sector rico. Se podría decir que también el ambiente es
favorable-hostil porque para los que están a cargo, como el alcalde y su gente,
todo lo que pasa políticamente en el país les favorece a ellos, y es hostil
para la gente pobre, aunque no sean lo suficientemente capaces de reconocerlo
como lo hacen los Cano. Los brujos de Ilamatepeque es un libro de interés para
lectores con un espíritu de revolución y con un interés grande en la
problemática del país.
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